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jueves, 11 de diciembre de 2014

El enfriamiento del enfado

El enfriamiento

En cierta ocasión, cuando sólo tenía trece anos, me enzarcé en una agria discusión en casa y salí de ella jurando que jamás regresaría. Era un hermoso día de verano y estuve paseando por el campo hasta que la paz y la belleza circundantes me invadieron y gradualmente fui tranquilizándome. Al cabo de unas horas regresé a casa sereno y completamente arrepentido. A partir de aquel momento, cada vez que me enfado busco una oportunidad para hacer lo mismo, lo que considero el mejor de los remedios.

Este relato forma parte de uno de los primeros estudios científicos sobre el enfado llevado a cabo en 1899, un estudio que aún sigue siendo todo un modelo de la segunda forma de aplacar el enfado que citábamos anteriormente, tratar de aplacar la excitación fisiológica ligada a la descarga adrenalínica en un entorno en el que no haya peligro de que se produzcan más situaciones irritantes. Eso supone, por ejemplo, que, en el caso de una discusión, la persona agraviada debería alejarse durante un tiempo de la persona causante del enojo y frenar la escalada de pensamientos hostiles tratando de distraerse. Como ha descubierto Zillmann, las distracciones son un recurso sumamente eficaz para modificar nuestro estado de ánimo por la sencilla razón de que es difícil seguir enfadado cuando uno se lo está pasando bien. El truco, pues, consiste en darnos permiso para que el enfado vaya enfriándose mientras tratamos de disfrutar de un rato agradable.

El análisis realizado por Zillmann sobre los mecanismos que contribuyen a incrementar o disminuir la irritación nos brinda una explicación a buena parte de los descubrimientos realizados por Diane Tice acerca de las estrategias que la gente suele emplear para aliviar el enfado. Una de tales estrategias —claramente eficaz— consiste en retirarse y quedarse a solas mientras tiene lugar el proceso de enfriamiento. Para la gran mayoría de los varones esto se traduce en dar un paseo en automóvil, una actividad que concede una tregua mientras uno conduce (y, que según me confesó Tice, la hace conducir ahora con mayor precaución).

Quizás una alternativa más saludable sea la de dar una larga caminata. El ejercicio activo contribuye a dominar el enfado y lo mismo puede decirse de los métodos de relajación, como, por ejemplo, la respiración profunda y la distensión muscular porque estos ejercicios permiten aliviar la elevada excitación  fisiológica provocada por el enfado y propiciar un estado de menor excitación y también obviamente porque así uno se distrae del estímulo que suscitó el enfado. El ejercicio activo puede servir además para disminuir el enfado por una razón similar ya que, después del alto nivel de activación fisiológica suscitado por el ejercicio, el cuerpo vuelve naturalmente a un nivel de menor excitación.

Pero el período de enfriamiento no será de ninguna utilidad si lo empleamos en seguir alimentando la cadena de pensamientos irritantes, ya que cada uno de éstos constituye, por sí mismo, un pequeño detonante que hace posibles nuevos brotes de cólera. El poder sedante de la distracción reside precisamente en poner fin a la cadena de pensamientos irritantes. En su revisión de las estrategias utilizadas por la mayoría de las personas para controlar el enfado, Tice descubrió que las distracciones más utilizadas para tratar de calmarse —ver la televisión, ir al cine, leer y actividades similares— ponen coto eficazmente a la cadena de pensamientos hostiles que alimentan el enfado. No obstante, también tenemos que matizar, no obstante, como ha explicado Tice, que actividades tales como comer e ir de compras no tienen el mismo efecto, ya que resulta sumamente sencillo proseguir con nuestros pensamientos de indignación mientras recorremos los pasillos de un centro comercial o damos buena cuenta de un pastel de chocolate.

A estas estrategias debemos añadir las propuestas por Redford Williams, psiquiatra de la Universidad de Duke, quien trata de ayudar a controlar su cólera a las personas muy irritables que presentan un elevado riesgo de enfermedad cardíaca. Una de sus recomendaciones consiste en que la persona aprenda a utilizar la conciencia de si mismo para darse cuenta de los pensamientos irritantes o cínicos en el mismo momento en que aparecen y, seguidamente, registrarlos por escrito. Cuando los pensamientos irritantes se han detectado de este modo, pueden afrontarse y considerarse desde una perspectiva más adecuada; aunque, como Zillmann descubriera, esta aproximación es más provechosa cuando la irritabilidad no ha alcanzado todavía la cota de la cólera. 


Tomado del libro de Daniel Golleman Inteligencia Emocional 

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