La defensa de los tipos de
cambio flexibles es, por curioso que parezca, casi idéntica a la del cambio de
hora en verano. ¿No resulta absurdo cambiar el reloj en verano cuando se podría
conseguir exactamente lo mismo si cada persona cambiase sus costumbres? Lo
único que se precisa es que cada persona decida llegar a la oficina una hora
antes, comer una hora antes, etc. Pero, obviamente, es mucho más sencillo
cambiar el reloj que guía a todas estas personas, en lugar de pretender que
cada individuo por separado cambie sus costumbres de reacción ante el reloj,
por más que todos quieran hacerlo. La situación es exactamente igual a la del
mercado de divisas. Es mucho más simple permitir que un precio cambie —el
precio de una divisa extranjera— que confiar en que se modifique una multitud
de precios que constituyen, todos juntos, la estructura interna del precio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario